Crónica de Barquerito: “Estreno feliz de Pedraza de Yeltes”

Posted by on jul 18, 2012 in Noticias | 0 comments

Lunes, 1 de Agosto de 2011. Azpeitia. 2ª y última de feria. Nubes y claros. Casi tres cuartos.

Seis toros de Pedraza de Yeltes (Luis y José Ignacio Uranga), de gran porte ofensivo. Corrida brava en el caballo, de mucho motor y seria conducta. El cuarto, premiado con la vuelta al ruedo. De excelente nota el tercero, muy castigado en varas. Bueno el primero; codicioso pero desigual el segundo; se rajó un quinto guerrero; agresivo el sexto.

Leandro, de verde oliva y oro, ovación tras aviso y vuelta tras aviso. Matías Tejela, de marino y oro, saludos tras aviso y silencio tras aviso. Alberto Aguilar, de blanco y plata, una oreja y silencio tras aviso.

ERA LA PRIMERA VEZ que los hermanos Uranga lidiaban una corrida de toros. Con el hierro de Pedraza de Yeltes, que se había estrenado y tomado antigüedad en Madrid en abril de 2010: una novillada notable. Esta de Azpeitia fue solo la segunda salida a escena de la ganadería, tramada con vacas y sementales de El Pilar (línea Tamarón-Juan Pedro Domecq y Díez). Se escogió el pequeño teatro de Azpeitia para el estreno.

Corrida densísima: no cabía en la plaza. Volúmenes fantásticos, que en los cuatro toros de pintas claras parecieron dispararse. Crecían de tamaño al estirarse, al galopar, al moverse. Y al apretar muy en serio contra los petos de los caballos de pica. No solo grandísima, sino brava en el caballo fue esta corrida de Pedraza. Hasta el toro de peor nota en varas, un quinto de espectacular pinta atigrada -y cuerna alambicada como la de los famosos toros de Samuel Flores-, hasta ése peleó en dos envites.

El más difícil de los seis, un sexto retinto, bravucón, listo y artero, se entregó en el caballo: metiendo los riñones, resistiendo sin queja el castigo de un primer puyazo muy caído y recargando encendido. Los otros cuatro pelearon con mejor talante. O apretaron pero no tanto. Con un solo puyazo –en regla y de sangrar- se cambiaron primero y cuarto. Solo que la fijeza del cuarto fue sobresaliente. Costó un mundo sacarlo de la red acolchada del peto. No fue el único: el propio sexto, de tan encelado, se acabó llevando hilos del forro de guatas prendidos del pitón derecho. Como babas. Fijeza genuina tuvo el segundo, que cobró hasta tres puyazos en uno sin consuelo. Y, en fin, para disfrutar de una pelea en varas salió a escena de protagonista una maravilla: el tercero de corrida, que se llamaba Medilonillo –reata infalible en la ganadería de El Pilar- y fue de los de “querer caballo”, como solía decirse. Tres puyazos, y estuvo de más el tercero, que tomó corrido. La segunda vara fue demoledora. La tercera, en la puerta de los viejos corrales.

La cuadra de valerosos caballos de Peña, que es la que pica en la Maestranza de Sevilla, tuvo que emplearse a fondo. Los caballos de pica, salvo los de la espléndida cuadra de Alain Bonijol, no suelen salir en los títulos de crédito, pero ese bayo que picó al toro Medilonillo y el tordo rodado que aguantó a pelo la fiera pelea con el sexto de la tarde cumplieron como jabatos.

La prueba de fuego de una ganadería, y más en sus comienzos, es la del tercio de varas. Y, por tanto, fue prueba superada con creces. En plaza de mayor diámetro, con más espacio para venirse el toro y maniobrar la caballería, habría sido todavía más lucida la pelea. Y, sin embargo, las dimensiones del teatrito de Azpeitia la hicieron angustiosa y sirvieron para medir el fondo de cada toro como en una plaza de tientas y, de paso, como en un tentadero.

En banderillas arrearon los seis toros, a querencia o no, y costó sujetarlos cuando atacaban o cuando se abrieron: se defendió el último, y sacó aire predador, y arreó con genio el quinto. En la muleta tocó declararse sin máscara. Hubo un toro de espléndido son por la mano derecha, que fue el cuarto de corrida, y lo toreó con ritmo y delicadeza Leandro, que tal vez estuviera calibrando la posibilidad de provocar el indulto. Por la mano izquierda, el toro sacó son celoso pero de bravo. Y, a última hora, estuvo buscando las tablas con la mirada. Tras larguísima faena, por cierto.

Larguísimas fueron las seis faenas: en prueba de resistencia de los toros, de paciencia y denuedo de los toreros, y de condescendencia del público, que nunca se cansa si embiste un toro. Leandro no remató con la espada la faena tan de primor del cuarto toro. Faena que hizo descalzo casi entera. Ni le pesaron los pies ni se le fueron tampoco nunca. De buen aire y seguro gobierno fue también la primera faena a un toro algo frágil, de salidas a veces distraídas.

El bellísimo tercero –negro salpicado, gargantillo, coletero- descolgó desde el primer compás, acusó los estragos de las tres varas –llegó a derrumbarse- y, aun sin verse en plenitud, metió la cara por la mano izquierda con caro estilo. Y por ahí se templó resuelto Alberto Aguilar en faena emotiva y movida, y rematada de gran estocada.

Pegajoso, un punto encogido, el segundo fue, dentro de los propicios, el que menos: por falta de entrega, por no embestir con todo, por hacer hilo también. No terminó de acoplarse Tejela en trabajo tenaz, no pensado. Al difícil quinto le buscó las cosquillas por la mano derecha –muleta al hocico- y en querencia, pero ya era tarde. Se rajó el toro. Aguilar se peleó con el sexto de poder a poder y salió perdiendo, desarmado y agobiado. Pero sin rendirse.

Postdata para los íntimos.- Un espectáculo. Media hora menos habría sido mejor para todos: toros, toreros y demás cabezas pensantes.